Los lémures pertenecen al grupo de los primates, del que también formamos parte los humanos. Pero su parentesco con nosotros es lejano, ya que el último antepasado común que compartimos con ellos existió hace más de sesenta millones de años.
En el siglo XVIII, cuando el naturalista sueco Carl Linnaeus pensó qué nombre ponerles a estos animales, conocía bien sus características. La actividad nocturna, los ojos brillantes y los gemidos le recordaron a los lémures, espíritus malvados que, según los antiguos romanos, vagaban por la noche espantando a la gente.
Los antepasados de los lémures llegaron a Madagascar hace sesenta millones de años, probablemente desde África. En aquel entonces, la isla estaba más al sur que ahora y existían corrientes marinas que fluían hacia ella desde la costa africana. Los viajeros podrían haber navegado en grandes “balsas” a la deriva, formadas con árboles arrancados por las fuertes tormentas tropicales.
Los descendientes de aquellos animales colonizaron todos los rincones de la isla. Al ocupar distintos ambientes y adoptar diferentes costumbres alimentarias y sociales, se fueron diferenciando en subgrupos que dieron origen a decenas de especies. Hasta 2010 se habían identificado 101 especies de lémures vivos, de las cuales al menos treinta y nueve están en peligro de extinción.
El tamaño de los lémures es muy variado. Los más pequeños miden menos de nueve centímetros y pesan treinta gramos; los más grandes se llaman indris y alcanzan los siete kilos. Hubo lémures de mayores dimensiones, pero ya no existen. Una especie que desapareció hace dos mil años tenía un tamaño similar al de los gorilas y pesaba doscientos kilos.